Hay algo en el jazz que sublima a la vez que destruye. Es una música que enriquece el alma de quien la escucha pero que puede igualmente convertir en mártir a quien la crea. La tristeza, la intensidad, el amor, el dolor,… Chet Baker los hizo suyos a través del suave sonido de su trompeta y de su lánguida voz. Siempre errante, siempre en el camino, Chet entregó su vida al jazz. Por supuesto nos queda su música, pero también documentos tan sinceros y arrebatadores como este Let´s Get Lost.
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